“El niño pequeño quiere jugar.Quiere jugar, porque intuitivamente entiende que a través del juego comprenderá más sobre quién es él y los demás, que en cualquier otro formato”.
Vivian Gussin Paley
Hoy es 1 de Noviembre. Día de todos Los Santos en España, de los Muertos en México y Hallowen en los paises anglosajones. Es un día en el que se recuerda a las personas queridas que fallecieron y así nos acercamos a la muerte. También es un día en el que se permite jugar con aquello que tanto tememos: la muerte. Unos días en los que niños y niñas pueden jugar a ser aquello que les aterroriza y así gestionar lo que les perturba y abruma.
Se decoran aulas y casas con temáticas aterradoras, hacemos bromas en las que nos asustamos mutuamente para después reírnos. Jugamos con la muerte.
Los «juegos de guerra, de peleas, de rivalidades» y de “violencia fingida” son formas de juego que han atraído a la infancia durante siglos: se han encontrado objetos que parecen juguetes de guerra en el antiguo Egipto y la Edad Media.
En la actualidad existe mucha preocupación sobre este tipo de juego. La preocupación sobre cómo la violencia en los medios de comunicación, series, videojuegos, películas moldean e influencian la cultura infantil actual. Aquí las familias tenemos una enorme responsabilidad sobre lo que permitimos, y no, ver. Pero hoy no quiero pararme en esto , hoy quisiera dar una pequeña respuesta al porque los/las niños/as juegan con la muerte y la violencia y cómo detectar cuando esto puede ser un problema.
¿Por qué la infancia juega reproduciendo la muerte y la violencia a la que está expuesta?
Una de las funciones del juego es hacer la realidad comprensible. Una realidad que puede ser abrumadora y para la que pequeños cerebros en desarrollo no están listos.
Cómo profesional de infancia y familias me gustaría que las personas tuviesen modelos de no violencia en todos los ámbitos de su vida. Pero la realidad es otra y en la infancia el juego cumple una función importantísima en la gestión emocional de la violencia que viven y absorben. El juego es la forma natural en la que niños y niñas se comunican (si me lees ya sabes que esto lo digo muchas veces). El juego les permite procesar emociones confusas o intensas, entre ellas aquellas asociadas a la violencia y a la muerte.
Después de grandes y trágicos eventos, los niños y niñas suelen jugar a reproducir aquello que han vivido o lo que han oído que se estaba viviendo.
Fijémonos cómo las criaturas de La Palma hacen dibujos de volcanes o manualidades que los representan. Los investigadores de grandes desastres descubrieron que los niños a menudo buscan oportunidades para expresarse mediante el juego y las artes creativas cómo forma de procesar el trauma del evento(Frost, 2005)
Cuando los niños viven una situación de miedo o traumática la expresión y el juego les permite tomar distancia para representar algunas de esas cosas. “Si le está sucediendo a una muñeca, en realidad no me está sucediendo a mí” o «si puedo decidir cuando muero y levantarme, la muerte no me da tanto miedo«
El juego permite a los niños/as comprender mejor su entorno, los ayuda a habitar las perspectivas desde otro rol diferente y también a cambiar rápidamente la narrativa cuando la realidad se vuelve demasiado difícil de soportar.
El juego tiene el poder de hacer que algo no suceda, de corregir algo que es abrumador y hacerlo más amable.
Por ejemplo, los disfraces de miedo ayudan a los más pequeños a regular el miedo. Las escenas de tensión que vemos en las películas de dibujos animados ayudan a los niños a transitar por emociones más difíciles en dosis que puedan tolerar. Jugar con adultos y pares en un contexto de seguridad a juegos que impliquen desplegar conductas de lucha/huida/congelamiento sirve para para ampliar el rango de respuestas conductuales a situaciones desafiantes. El cerebro aprendiendo y ensayando conductas para manejar estados de alta excitación. Es decir, co-regulación y autorregulación emocional.
Los juegos con ingredientes de muerte, luchas, batallas permite que los niños y niñas se sientan poderosos mientras juegan. Experimentan una sensación de poder y competencia cuando juegan a la guerra, luchas, robos, polis y cacos, usan armas de juguete o sus propias manos. Pueden ser las heroínas de la historia, y sentirse fuertes, pueden ser los “malos” y ponerse en la piel del villano.
Recuerdo cómo a mi hijo mayor, un niño que siempre ha destacado por su capacidad de empatía, habilidades sociales y carácter pacífico, siempre quería ser Darth Vader, el ladrón o el malo del cuento. Este tipo de juegos y dramatizaciones puede ayudar a los niños a controlar sus impulsos mientras «fingen pelear» y aprenden a mantenerse dentro de límites aceptables.
Estos juegos les ayudan a diferenciar fantasía y realidad. A medida que los niños asumen roles contrarios ( persona buena vs. persona mala) aprenden cómo sus acciones se afectan entre sí y comienzan a comprender otros puntos de vista.
A través del juego, los niños controlan el ritmo y el contenido de una situación y adquieren la capacidad de anticipar lo que sucede a continuación por lo tanto alivian las situaciones de miedo
¿Puede ser un problema este tipo de juego?
Dado que el juego es intrínseco al ser humano, existe un circuito de juego en el cerebro ( en la entrada “ La neurociencia del juego” explico esto) este no debería ser un problema.
Y sin embargo, parece que las personas adultas vemos en cierto tipo de juego un problema. Para explicar esto podemos dividir el juego en PRODUCTIVO E IMPRODUCTIVO.
El juego productivo tendría las características descritas anteriormente y el improductivo es aquel que no lleva a ninguna parte y representan y amplifican sentimientos de angustia una y otra vez. Un juego en el que niño está atrapado y no logra solucionar nada.
Si el juego produce ansiedad a su protagonista, cuando es demasiado literal, o cuando es obsesivo y repetitivo, eso es una señal de que el juego no está cumpliendo su propósito y por lo tanto se define cómo improductivo.
El problema de los juegos que incluyen “violencia fingida” reside cuando estos son una mera imitación de un contenido abrumador al que las criaturas se han visto expuestas. Exponer a los niños/as a contenido explícito violento para el que no están preparados puede derivar en un tipo de juego improductivo. ¿Y cómo sucede esto? Para que el juego sea productivo, ha de fluir y tener ingredientes creativos y nuevos. Los niños y niñas imitan lo que han visto pero incluyen en el juego nuevo material creativo que poco a poco los llevará a la resolución de aquello que están procesando. La exposición continuada a material audiovisual violento impide que la capacidad creativa fluya y resuelven las situaciones según lo que han visto en las pantallas. El juego creativo se debilita y este es el problema.
¿Cómo ayudar para lograr que el juego sea productivo?
Después del 11-S muchos profesores de las escuelas de infantil y primaria de Estados Unidos relataron cómo las criaturas jugaban a morir. Una y otra vez derribaban bloques que construían y se tiraban al suelo fingiendo su muerte. Decían que estaban jugando a que los mataban terroristas. Una de las maestras que fue testigo de aquello relata que veía a los niños y niñas jugar una y otra vez a los mismo, así que un día se le ocurrió ayudarles. Ayudó a los niños a montar un hospital, y continuaron la historia centrándose en el cuidado y en la curación. Poco tiempo después juegos más amables volvieron al patio. Esta profesora hizo algo maravilloso, dio un empujón para que su alumnado pudiese hacer la transición desde el contenido traumático a un contenido resiliente.
Este ejemplo nos deja importantes lecciones sobre el juego y su poder terapéutico.
Primero, la maestra no juzgó el juego de los niños ni dejó que sus propia ansiedad sobre la situación influyese sobre lo que estaba observando. Comprendió que el juego reflejaba el esfuerzo por entender el miedo y el terror al que habían sido expuestos. Se limitó, en un primer momento a observar.
En segundo lugar, intervino cuando la obra se volvió obsesiva, reorientando a sus alumnos de una manera que era a la vez oportuna y apropiada para el desarrollo.
Supo introducir con cuidado un nuevo elemento, el hospital, y cambiar la narrativa de la historia de juego.
Si los adultos estamos conectados con esos niños que juegan, confiando en el juego y su sabiduría, sabremos cuando están atascados y tenemos que echar un cable. Si nos dejamos llevar por nuestras propias emociones, nos asusta su juego, emitimos juicios e interpretaciones perdemos una importante oportunidad de reparar secuelas que aquello que ocurrió puede estar dejando.
Cuando un niño explora un tema a través del juego, significa que esta listo para abordarlo y que tal vez necesite hacerlo. Los niños son muy buenos en obtener aquello que necesitan a través de las herramientas que tienen y el juego es una herramienta muy poderosa.
Estar presentes y observar es muy importante, ya que si dejamos que los niños resuelvan completamente solos situaciones en las que hay un alto grado de imitación de violencia podrían aprender que la violencia gana y dar soluciones que no son creativas.
Recuerdo mis primeras veces jugando de forma no directiva en terapia. A veces me asustaba con el contenido que me proponían en algunas situaciones de juego. Me repetía “confían en la sabiduría del niño” y creedme funcionaba. Me han llegado a amputar varios miembros y quitado órganos en una camilla sin anestesia mientras mi “doctora” se reía a carcajadas. Poco a poco la “doctora” entendió que poniéndome anestesia cuidaba mejor de mi.
¿Qué consecuencias tiene prohibir jugar?
Como adultos nos podemos sentir incómodos con algunos juegos infantiles, sobre todo aquellos con contenidos que nosotros mismos censuramos. La visión adulta nos lleva a esta máxima: Si para mi es abrumador, doy por supuesto que también lo es para el niño/a y consecuentemente lo censuro.
Es verdad, los juegos en los que la lucha y la muerte están presentes pueden inspirar sentimientos incómodos en los adultos, lo cual es perfectamente comprensible. Ahora bien es importante no transmitir que el juego es vergonzoso o incorrecto. El juego contiene al niño en su totalidad: sus emociones y pensamientos, su ser físico y social. Por lo tanto, los niños y las niñas tienden a interpretar la crítica a su juego como una crítica o un desprecio de sí mismos.
Otro punto que no podemos olvidar es que la ausencia de juego es más preocupante que el juego improductivo. Los niños y niñas juegan cuando sienten seguridad. En casa, en el parque y en los patios del colegio juegan porque los perciben espacios seguros. Los adultos a cargo podemos hacer que un espacio de juegos sea seguro, cuando estamos atentos, respetamos el ritmo, contenido del juego y buscamos el equilibrio teniendo en cuenta la libertad que los niños necesitan para explorar temas difíciles y la necesidad periódica de intervenir cuando los niños se atascan, volviéndose el juego improductivo. Si se les castiga por jugar parte de esa seguridad se puede perder.
Prohibir por completo los juegos con componentes violentos puede aliviar a las personas adultas pero también niega a los niños y niñas la oportunidad de resolver los problemas consecuencia de la violencia a la que han estado expuestos.
Cuando tienen muchas ganas de jugar las criaturas encontraran la manera de hacerlo. O bien diciendo “no estamos jugando a eso” o escondiéndose para hacerlo.
Con esto no quiero decir que no se deban zanjar ciertos juegos en casa o en los patios. Pero hay que saber cómo hacerlo. Si no queda más remedio que prohibir ese juego se pueden ofrecer alternativas y tratar temas relacionados con la violencia y la muerte que nos están mostrando. Hablar con ellos/as sobre su juego y temas relacionados a través de dibujos, historias, noticias. Enseñarles a resolver la violencia que ven e incluso a aprender alternativas a esa violencia. Podemos ofrecer temas alternativos a lo que los medios de comunicación les ofrecen, podemos proponer otros juegos en los que las necesidades de poder y de dominio de los niños y niñas queden satisfechos.
Creo que el problema de hoy con los juegos de muerte, guerra y violencia no es tanto el juego en sí, si no el aumento de exposición de la infancia a las pantallas con un contenido explícitamente violento donde la gente buena no siempre sale victoriosa, creándoles en consecuencia una especie de “confusión moral”.
El juego es tan inseparable de la vida como la vida lo es de la muerte.
Gracias por leerme, si te apetece comentar, te leo atenta.
Frost, J. L. (2005). Lessons from disasters: Play, work, and the creative arts. Childhood Education, 82(1), 2-8.
Vivian Gussin Paley, You Can’t Say You Can’t Play
Axline Virginia Terapia De Juego/play Therapy
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